Creer en un plan o un propósito divino puede reducir el estrés en forma radical. Tenemos que buscar lecciones, cosas que aprender, en todos los obstáculos de la vida. A veces las vidas en que afrontamos más obstáculos son las que nos permiten avanzar en el ámbito espiritual, pues aprendemos las lecciones del alma a un ritmo acelerado.
Cuando buscamos las lecciones que encierran un obstáculo o incluso una tragedia como una enfermedad o la muerte de un ser querido, logramos averiguar el propósito de tal suceso, con una clara reflexión del hecho, a pesar del dolor que se pueda experimentar. Es aquí, donde el estrés como estado de tensión, por lo sucedido, pasa a ser terapéutico y reflexivo, permitiendo el avance del individuo desde el punto de vista espiritual.
Cuando hallamos el sentido de ese sufrimiento, se puede mitigar el dolor. Como dijo en una ocasión Pierre Teilhard de Chardin, el místico cristiano "No somos seres humanos que vivimos una experiencia espiritual, sino seres espirituales que vivimos una experiencia humana" y tenía razón. Al identificar la lección del alma, nos hallamos en disposición de crecer más allá del sufrimiento y, en este estado de entendimiento no existe el estrés.
La verdad es que estamos demasiado pendientes de los resultados de nuestras acciones. Si pudiéramos liberarnos de nuestras obsesiones por los resultados, de nuestra valoración por el éxito o el fracaso, nos sentiríamos mucho más felices. Si pudiéramos relacionarnos con los demás con amor y compasión, recibiendo a cambio el reflejo de nuestra acción por parte del poder divino.
El amor es el antídoto del estrés, sin embargo en este mundo violento, avaricioso y lleno de odio, donde las acciones humanas están acabando con todo lo existente (Y ya de hecho se está comprobando que dentro de 50 años, el gran Everest, será una roca totalmente deshielada), en este contexto parece que la capacidad de amar de forma incondicional es difícil.
Conseguirlo constituye una lección espiritual que supone un gran reto. Si se consigue amar de forma incondicional, si siempre se fuese consciente de la verdadera naturaleza espiritual que hay en cada uno de nosotros, si se pudiese despegar de todos los apegos emocionales y materiales, entonces realmente no habría estrés. Muy poco, o casi ninguno de nosotros, hemos nacido en un estado de iluminación espiritual, pero esto se puede lograr a través de la reflexión y de nuestra propia autocompasión, empezando a utilizar el principio "No hagas a nadie lo que no te gustaría que te hicieran a ti".
Texto: Estrella Orozco Castro
Cuando buscamos las lecciones que encierran un obstáculo o incluso una tragedia como una enfermedad o la muerte de un ser querido, logramos averiguar el propósito de tal suceso, con una clara reflexión del hecho, a pesar del dolor que se pueda experimentar. Es aquí, donde el estrés como estado de tensión, por lo sucedido, pasa a ser terapéutico y reflexivo, permitiendo el avance del individuo desde el punto de vista espiritual.
Cuando hallamos el sentido de ese sufrimiento, se puede mitigar el dolor. Como dijo en una ocasión Pierre Teilhard de Chardin, el místico cristiano "No somos seres humanos que vivimos una experiencia espiritual, sino seres espirituales que vivimos una experiencia humana" y tenía razón. Al identificar la lección del alma, nos hallamos en disposición de crecer más allá del sufrimiento y, en este estado de entendimiento no existe el estrés.
La verdad es que estamos demasiado pendientes de los resultados de nuestras acciones. Si pudiéramos liberarnos de nuestras obsesiones por los resultados, de nuestra valoración por el éxito o el fracaso, nos sentiríamos mucho más felices. Si pudiéramos relacionarnos con los demás con amor y compasión, recibiendo a cambio el reflejo de nuestra acción por parte del poder divino.
El amor es el antídoto del estrés, sin embargo en este mundo violento, avaricioso y lleno de odio, donde las acciones humanas están acabando con todo lo existente (Y ya de hecho se está comprobando que dentro de 50 años, el gran Everest, será una roca totalmente deshielada), en este contexto parece que la capacidad de amar de forma incondicional es difícil.
Conseguirlo constituye una lección espiritual que supone un gran reto. Si se consigue amar de forma incondicional, si siempre se fuese consciente de la verdadera naturaleza espiritual que hay en cada uno de nosotros, si se pudiese despegar de todos los apegos emocionales y materiales, entonces realmente no habría estrés. Muy poco, o casi ninguno de nosotros, hemos nacido en un estado de iluminación espiritual, pero esto se puede lograr a través de la reflexión y de nuestra propia autocompasión, empezando a utilizar el principio "No hagas a nadie lo que no te gustaría que te hicieran a ti".
Texto: Estrella Orozco Castro
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