Una vez más empieza a contemplar, mientras con sus dedos toca la pared, de cemento de la terraza, en busca de alguna pista de deterioro producida durante su ausencia.
Quería repetir lo que había hecho durante sus visitas en los últimos años en aquella estrecha calle de su pueblo natal, TÍJOLA.
Evocó la memoria de sus padres, víctimas de una sociedad cerrada, anclada en el pasado pero que supieron excepcionalmente hacer de ella una persona capaz, libre y al mismo tiempo aferrada en sus raíces.
Involuntariamente se le hace un nudo en la garganta, rápidamente sacude la cabeza para alejar por unos instantes el pasado y así poder deleitarse con lo que la mirada le ofrece. Reuniendo todo el coraje posible se centra en buscar aquello que había ido a contemplar ¡ LOS TEJADOS !
Como una cámara fotográfica, calibra, ajusta el objetivo y enfoca sus pupilas para captar aquellos primeros planos que ante ella se vislumbran. Unas piezas de arcilla alineadas siguiendo un orden y simetría, que como mantos uniformes, cubren por parcelas las casas del casco antiguo de su pueblo natal.
Durante los últimos años su cámara no se ha cansado de fotografiarlos temiendo que esa belleza, que recrea sus retinas, pueda desaparecer con el derribo y gusto por la modernidad.
Al observar se deja llevar…cree ver el cansancio en cada una de esas tejas producido por el paso de los años, sometidas a temperaturas extremas de frío y calor. Majestuosas aún mantienen sus formas perfilando diminutos canales para evitar, de esta manera, que el agua de la lluvia y la nieve del invierno se depositen más del tiempo necesario.
Admira su belleza recubiertas de mil colores que no pasan desapercibidos ante su retina, el verde pintado de musgo y de los líquenes provocados por la humedad de sus crudos inviernos. El marrón y ocre descolorido que aún dejan huella en ellas y que hacen recordar sus orígenes, salidas de la tejera con la lozanía del material recién hecho. El gris fruto de los depósitos de partículas de polvo y tierra erosionadas en ellas.
No menos bellas, se presentan ante sus ojos, la infinidad de texturas naturales, elegantes rugosidades, prominencias de yeso producto de las múltiples restauraciones y que cobijan durante el día a pequeños reptiles y que durante la noche buscan la libertad en la penumbra, ocupando un lugar en las paredes que han acumulado el calor del día sofocante.
Alabanza de arquitectura civil cuyos maestros fueron personas que no tenían en su saber poco más que el conocimiento por la experiencia en hacer la masa y pasar sus gastados palustres. Pero debido a su simpleza arquitectónica dan un encanto que la naturaleza ha sabido mantener activas, hoy día siguen presentes en cada una de las casas que motean a su alrededor.
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